terça-feira, janeiro 14

da saudade ou da arca que somos...

hoje senti saudades. saudades do que fui e de algumas pessoas que foram comigo. recordo-as frequentemente, mas em silêncio. aconchego-me muitas noites com estas recordações. e surgem as saudades. há dias em que cada coisa que vemos há de ser uma mão invisível que vai à nossa velha arca buscar um momento vivido, instantâneo, que, muitas vezes, por não ser invocado por nada ao alcance dos nossos sentidos, até àquele momento, perdeu-se dentro de nós. a nossa felicidade há de ser prisioneira eterna de tudo o que decidirmos guardar. e creio que é nesse exato momento que construímos a palavra saudade. nesse ato de sermos por dentro passado. sempre.






4 Comments:

At terça-feira, 14 janeiro, 2014, Anonymous Anónimo said...

Guardo-a por debaixo dos meus dedos. . .
Aconchegada. . .

Trouxe-a comigo. . .
Sem pedir autorização.

E, nos meus momentos a sós. . .
Abro a minha mão. . .
Devagar. . .
E olho para a peça do puzzle que te falta.



 
At terça-feira, 14 janeiro, 2014, Blogger Unknown said...

És tão lindo, amigo! Tenho tantas saudades tuas!
Um abraço grande!

 
At quarta-feira, 12 fevereiro, 2014, Anonymous Anónimo said...

a veces es mejor cerrar los ojos, y dejarnos llevar por los recuerdos, para poder sentir la realidad dentro de uno..
lo peor es despertar y sentir el frio, por todo lo que ya no esta.

 
At quarta-feira, 12 fevereiro, 2014, Anonymous Anónimo said...

Esto sucede ante la hora izquierda en que mi vida,
violenta juventud contra el poder de un príncipe,
llama jauría a la verdad y belleza a los puentes derrumbados.
Llama flor del frío a la tumba de los náufragos,
astrolabio muerto a la nieve de los locos.
Hornea un talco negro el hambre de la muerte,
la edad de los sentidos, el obstinado aliento
de la cansada luz de octubre en el baúl de abejas.
Brota sobre esta duna blanca la vehemente hierba de las islas,
la implacable hormiga en el blando bulbo de la boca helada.
Con guantes de forense sale la noche verde de su estuche
y la tempestad retumba por el otoño roto de las ánforas.
Tiene aquí mi corazón la edad del mundo,
el pez de piedra bajo el que los recién nacidos duermen.
Sufre el impaciente un reloj de sol bajo los párpados,
la aguja inmóvil como retina fría de los caballos muertos.
Mi vida es el temblor del consternado y el indigente ciego,
la constelación del triste en un festín de víctimas.
No conozco otra conciencia que la oscuridad translúcida,
la sábana de vidrio sobre la que la infernal razón se acuesta.
Vivo separado del rumbo de las cosas, hablo el miedo
de un heredero alzado contra el funesto monarca de las ciénagas.
No espero nada de los dioses, nada de la memorable epidemia de sus jueces.
Soy distinto ante el esclavo y el enano, soy el mismo suplicante y el eunuco.
Soy el transeúnte de la atmósfera, el anhelante oscuro del relámpago.
Oigo voces, oigo al temeroso y al anciano, sé que un caballo es un momento.
Oigo pasos, oigo el lastimoso trueno que al perenne huérfano perturba.
Tengo por amigo al penitente mar y al anticuado otoño,
amo la imperturbable soledad del hombre y la confidencia de los pájaros.
Llamo inalcanzable a la distancia que hay entre dos cuerpos,
alternativamente invado el país del fracaso y el suelo natal de la victoria.
Fui adolescente y me envenené con lumbre, fui déspota incansable
contra la vanidad que hastía la fiesta de los cuerpos.
No he llegado más lejos de mí mismo que una moneda del avaro está de otra,
considero estéril el invierno, considero el azul imprescindible.
Me ocupo con horror de los esfuerzos que hace cada día el sol por elogiar la tierra,
siento simpatía por el primitivo lúcido y por el débil infeliz metódico.
Prefiero la melancolía del cobarde a la furia invencible de los héroes,
prefiero el desamparo de los campos a la rígida ambición de los sepulcros.
Dios está cansado de escucharnos, están cansados los hombres y los perros,
la nostalgia es una canoa a la deriva por el río blanco de la muerte.

 

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